Había una vez en un pequeño pueblo, dos hermanos, que estaban preparando un proyecto especial para el colegio. El tema era “La mujer de mi vida”, y sin dudarlo, ambos eligieron a su madre, María.
María era conocida en el pueblo por sus deliciosos platos, que no solo llenaban el estómago sino también el corazón. Pero lo que los niños no sabían era que cada receta de María tenía un ingrediente secreto.
Un día, mientras María preparaba su famosa paella, los hermanos se acercaron sigilosamente, esperando descubrir el secreto de su sabor. “Mamá, ¿qué hace que tu comida sea tan especial?” preguntó el pequeño con curiosidad.
María sonrió y, en lugar de responder, les dio dos delantales pequeños. “Venid, os lo enseñaré”, dijo.
Mientras cocinaban, María compartió más que recetas; les habló de la importancia de ser cariñosos, amables y de cuidar a los demás, justo como ella cuidaba de ellos. Les explicó que cada vez que cocinaba, pensaba en lo mucho que los quería y eso hacía que todo supiera mejor.
El hermano mayor miró a su madre y dijo: “Entonces, el amor es tu ingrediente secreto”. María asintió con una sonrisa.
“Lo que más nos gusta de mamá no es solo su comida, sino todo el amor que pone en ella y en nosotros”, concluyeron los hermanos, y así lo escribieron en su proyecto, mientras María observaba desde el fondo del salón, con lágrimas de orgullo brillando en sus ojos.
Los días pasaron y llegó el momento de presentar el proyecto. Frente a toda la clase, los hermanos hablaron no solo de las comidas de su madre, sino también de su ternura, su paciencia al ayudarles con los deberes y sus sabios consejos.
Y así, los niños aprendieron que las acciones más cotidianas, como cocinar, pueden estar llenas de amor y cariño, y que esos son los verdaderos ingredientes que hacen la vida especial.
FIN