Alejandro era un niño de diez años que se portaba muy mal. Siempre estaba enfadado, gritaba, pegaba y mentía. No le gustaba compartir sus juguetes, ni hacer los deberes, ni ayudar en casa. Por eso, no tenía amigos. Nadie quería jugar con él ni invitarlo a sus cumpleaños. Su hermano menor, Álvaro, era todo lo contrario. Era un niño de ocho años que se portaba muy bien. Siempre estaba alegre, hablaba, abrazaba y decía la verdad. Le gustaba compartir sus juguetes, hacer los deberes y ayudar en casa. Por eso, tenía muchos amigos. Todos querían jugar con él y invitarlo a sus cumpleaños. Álvaro quería mucho a su hermano y le daba pena que fuera tan infeliz. Por eso, siempre le decía que él tenía súperpoderes. Le decía que podía volar, hacerse invisible, leer la mente, mover objetos con la mirada y muchas cosas más. Pero Alejandro nunca le hacía caso. Pensaba que Álvaro era un tonto y que los súperpoderes no existían. Un día, Alejandro se metió en un lío muy grande. Había robado el dinero de la hucha de su madre para comprarse un videojuego. Su madre se dio cuenta y se enfadó mucho. Le quitó el videojuego y le castigó sin salir de su habitación durante una semana. Alejandro se puso muy furioso y empezó a romper todo lo que había en su cuarto. Tiró los libros, las lámparas, los peluches y hasta la cama. Álvaro oyó el ruido y fue a ver qué pasaba. Cuando entró en el cuarto de su hermano, se quedó asombrado. Todo estaba hecho un desastre y Alejandro estaba tirado en el suelo, llorando. Álvaro se acercó a él y le dijo: - No llores, hermano. Yo te quiero y te voy a ayudar. Tú tienes súperpoderes y puedes arreglar todo esto. - Déjame en paz, bobo. No tengo ningún súperpoder. Los súperpoderes no existen. -dijo Alejandro entre sollozos. - Claro que existen. Y tú los tienes. Solo tienes que creer en ellos y usarlos para el bien. -insistió Álvaro. - ¿Y cómo se hacen eso? -preguntó Alejandro con curiosidad. - Es muy fácil. Solo tienes que cerrar los ojos, respirar hondo y pensar en algo bueno. Por ejemplo, piensa en mamá y en lo mucho que la quieres. Luego, abre los ojos y dile que lo sientes y que la abraces. Verás cómo se pone contenta y te perdona. Eso es un súperpoder. -explicó Álvaro. Alejandro no estaba muy convencido, pero decidió probarlo. Cerró los ojos, respiró hondo y pensó en su madre. Recordó todas las veces que le había cuidado, besado, abrigado y preparado su comida favorita. Sintió un calor en el pecho y una sonrisa en los labios. Abrió los ojos y vio a su madre en la puerta, mirándolo con tristeza. Alejandro se levantó, corrió hacia ella y le dijo: - Mamá, lo siento mucho. He sido muy malo y he hecho una tontería. Te quiero mucho y no quiero que estés enfadada conmigo. Por favor, perdóname y dame un abrazo. Su madre se sorprendió y se emocionó. Le devolvió el abrazo y le dijo: - Te perdono, hijo. Yo también te quiero mucho y solo quiero que seas feliz. Me alegro de que hayas cambiado de actitud. Eso es un súperpoder. Alejandro se quedó boquiabierto. No podía creer lo que acababa de pasar. Había usado un súperpoder y había arreglado las cosas con su madre. Se sintió muy bien y muy orgulloso. Miró a su hermano y le dijo: - Álvaro, tenías razón. Tengo súperpoderes y son increíbles. Gracias por decírmelo. Eres el mejor hermano del mundo. Te quiero mucho y te voy a ayudar. Vamos a ordenar mi cuarto y luego vamos a jugar juntos. Álvaro se alegró mucho y le dijo: - De nada, hermano. Yo también te quiero mucho y te voy a enseñar. Tienes muchos súperpoderes y puedes hacer muchas cosas buenas. Vamos a divertirnos juntos. Y así fue. Alejandro y Álvaro ordenaron el cuarto y luego jugaron juntos. Se lo pasaron muy bien y se rieron mucho. Alejandro se dio cuenta de que su hermano era muy divertido y muy inteligente. Le pidió perdón por haberlo tratado mal y le prometió que nunca más lo haría. A partir de ese día, Alejandro cambió por completo. Dejó de portarse mal y empezó a portarse bien. Dejó de estar enfadado y empezó a estar alegre. Dejó de gritar, pegar y mentir y empezó a hablar, abrazar y decir la verdad. Dejó de ser egoísta y empezó a ser generoso. Dejó de odiar y empezó a amar. Y lo más importante: dejó de estar solo y empezó a tener amigos. Muchos amigos. Amigos que lo querían y lo respetaban. Amigos con los que compartía sus juguetes, sus deberes y su ayuda. Amigos con los que se divertía y aprendía. Amigos a los que les enseñaba sus súperpoderes y les animaba a usarlos para el bien. Alejandro se convirtió en el niño más feliz del mundo. Y todo gracias a su hermano Álvaro, que le había descubierto los súperpoderes que llevaba dentro. FIN
"Alejandro, un niño que se comportaba mal, cambia gracias a su hermano menor, quien le enseña a usar sus 'súperpoderes' de bondad y empatía. Este cuento refuerza valores como el amor fraternal, la empatía, la responsabilidad y la transformación personal."